Y los cielos me darán la luz
Pintura de mediano formato (140 x 70 cm) y gran formato (diámetro: 200 cm).
Acrílico y lápices de color sobre tabla.
Montaje mural con foco de luz programada.
Presentado en:
2014 DEAD AT HOME, Salamanca.
2010 ‘10 miradas’, sala Garcigrande, Salamanca. Comisariado por Adora Calvo y financiado por Caja Duero.
2008 ‘PANANDEROS, industria y cultura contemporánea’. Salamanca.
2007 Sala Coll Alas. Gandía.
Y los cielos me darán la luz
Paloma Pájaro, Salamanca 2008.
En sus motivaciones originales, el proyecto «Y los cielos me darán la luz» indaga acerca de los espacios virtuales de la felicidad, aquellos sobre los que el individuo proyecta sus deseos de bienestar y felicidad futura, así como de los errores de cálculo que le son habituales y sus consecuencias más o menos perdurables e identificables —frustración, ansiedad, infelicidad—. En cierto modo se podría decir que la línea argumentativa de este proyecto no se inspira en la incapacidad de los seres humanos para ser felices sino, más bien, en su inextricable capacidad para imaginar que pueden llegar a serlo.
Esta serie representa una suerte de antesala de los deseos donde distintos objetos de estética playera (balón de plástico transparente de la marca Fanta, colchoneta para jugar en el agua, manguitos de piscina, etc.), funcionan como instrumentos litúrgicos de propiciación.
Varias personas celebran la invocación del deseo sentándose en el sofá y disponiendo del balón de playa a su gusto. Una potente fuente de luz cenital y un fondo estrictamente negro otorga calidades tenebristas a la escena, de cuya oscuridad surgen los personajes con solemnidad casi mística.
Cada pieza está acompañada por un foco de luz programada que proyecta sobre la imagen una parcela de luz directa. El foco se enciende y se apaga lentamente con una frecuencia de 15 segundos. Asimismo, cada foco está programado con una pequeña diferencia temporal de manera que no se encienden ni se apagan todos a la vez.
Frustrados
Javier Hernando Carrasco. Fragmentos, 2006.
A primera vista, las imágenes coloristas de iconografía festiva que conforman de una manera permanente las obras de Paloma Pájaro parecen evocar universos de felicidad. Tanto por dicha presencia iconográfica como por el modo en que están elaboradas: colores mayoritariamente planos, descontextualización de las figuras, perspectiva plana, contrastes lumínicos intensos… establecen relaciones implícitas con algunos artistas emblemáticos del pop art norteamericano como James Rosenquist, Ed Ruscha o Mel Ramos. En general los protagonistas de aquella tendencia de los años sesenta glorificaban tácitamente la cultura de consumo que por entonces sólo se hallaba en sus primeras fases de desarrollo. La extensión de la tecnología al ámbito doméstico, como refleja el histórico collage de Richard Hamilton, Just what is it that make today’s home so different so appealing?, el incremento cuantitativo de la publicidad como una forma eficaz de incentivación del consumo de todo tipo de productos elaborados, no podía, por entonces, suscitar sino entusiasmo, pues representaba la superación de los difíciles años de postguerra que además mejoraban considerablemente el confort previo al evento bélico. La pintura pop instauró esa iconografía de la banalidad consumista y también unos criterios plásticos encabezados por la intensidad cromática; un cromatismo vibrante aplicado a las figuras descontextualizadas en espacios planos que en los últimos años han sido retomados por algunos artistas de las últimas generaciones. De manera que la poética de Paloma Pájaro no supone una extrañeza, pues la comparte con artistas españoles como Salvador Cidrás, e incluso con otros del propio ámbito castellanoleónes. Por ejemplo con Félix Angulo o Jesús Alonso. Pero dicha orientación formal se relacionó también con el fotorrealismo, una expresión que delata tanto el origen de la imagen representada: la cámara fotográfica, como el carácter de la misma, si bien el resultado no es precisamente realista, algo que asimismo es palpable en las imágenes de Paloma Pájaro.
Inmersiones
Fabio Rodríguez de la Flor
Salamanca, 2 de julio 2006
Fragmentos sobre el proyecto «Y los cielos me darán la luz» (YLCMDLL). Año 2008.
La cara oculta del materialismo histórico sería aquella en la que el sujeto se expresa con rebeldía y exageración frente a un producto social obsoleto, inservible y fuera ya del orden de lo actual y de la moda. Los cuadros de Paloma Pájaro pueden malinterpretarse si las acciones representadas se toman como un grito de toma de posesión, de enajenación del inconsciente colectivo por alterar el estado de las cosas.
Se podría llegar a pensar en una acción rebelde, en un gesto idiosincrásico que pugna por alterar el orden social, y así generar un nuevo estado de conciencia personal, de «ser social». Dado ese caso (aunque improbable), cada grito, cada lágrima, cada suspiro, cada muerte en las obras de Paloma Pájaro, serían una proclama, una pancarta, una filacteria, irrumpiendo y dinamitando el «estar de las cosas».
Esto configuraría un horizonte tan utópico como dramático, tan incómodo como violento y forzado. Nada de ello puede ser encontrado en los cuadros de Paloma Pájaro, donde nada en ellos se juega en ese nivel de desobediencia civil y dinamización brusca y brutal de los valores sociales. El proyecto «Y los cielos me darán la luz» no es ilustrativo de revulsivos holísticos que intenten fragmentar la membrana de la célula social, alterando definitivamente el sistema de seguridades sobre las que se vertebra su existencia. El interés de lo representado en los cuadros no residirá siquiera en el valor testimonial que se le pueda conceder a la obra que dibuja, en presente continuo, los grandes cambios sociales que sacuden los estratos tanto individuales como colectivos. No es (la artista) una documentalista del caldo cultural, ni pretende que la onda expansiva de su obra interrumpa la sinapsis colectiva y el estado bienaventurado en que transcurre la sesión de autohipnosis en la que se encuentra sumido el plural social.
Si bien es cierto que tal obra ha de analizarse desde el «hecho estético como efecto y como causa, es decir, como método gnoseológico y como actividad revolucionaria» que pensaba Gramsci [1] , a lo largo de la misma podemos ver cómo estos valores se empeñan en reconsiderarse y destruirse a sí mismos. Asistiremos así a un drama frío: el modo en que las líneas secas de los edificios (proyecto «Quédate día feliz«, 2006) y los gestos dramáticos de los cuerpos, pretenden cerrarse sobre ellos mismos y no arrojar ningún haz de luz sobre ningún otro objeto, Idea o espectador.
Es este mismo valor entrópico, este sentimiento de autodestrucción, el que entra en conflicto con la propia producción de la artista, y en una labor de vasos comunicantes podemos asistir al acontecimiento, o lucha agónica, de cómo el esfuerzo por la repulsa se iguala al esfuerzo de creación. Es tan necesario el silencio como el discurso que lo define, pero ninguna de las dos cosas son finalmente válidas [2]. Es por eso que Paloma Pájaro, tras sucesivos experimentos que van del arte expresionista a la filigrana de los bordados, pasando por el assemblage y el videoarte, deriva en una tendencia hiperrealista cuya finalidad no es el trompe l’oeil, no es el engaño óptico ni el simulacro visual, sino exactamente la necesidad de somatizar la realidad del discurso y apoderarse de él sometiéndolo al silencio personal y a una suerte de clave enigmática que nos parece planea con su signo jeroglífico por toda la muestra.
Paloma Pájaro necesita producir, generar, objetivar mundo, previo paso de éste por las horcas caudinas de los pinceles. Es decir, el origen impulsivo de su arte está en la consecución de lo que pueda ser el propio producto final, y cualquier valor contingente y real es medido y tasado pero transformado y reescrito, de tal manera que debe leerse en el resultado último de su producción. Paloma Pájaro necesita ver el mundo a través de la elaboración de sus propias obras para comprenderlo, para asimilarlo y para terminar amándolo. Y es preciso hacer hincapié en que es el proceso el que la lleva a ello.
Es por eso que es necesario enfatizar el gran esfuerzo de creación de esta artista, pues no sólo el mismo se aloja en una técnica plástica de naturaleza ardua y trabajosa, complicada y perfeccionista, sino que lo que hace es tejer su propia visión del mundo a base de elementos dispersos pero tremendamente definidos y compactos en sí mismos. Tal tarea es de orden arqueológico, mitologizador, es, además de traductora y traslativa (del mundo al espacio de la representación), interpretativa, selectiva, poética, barroquizante… su primer instrumento es la observación y su segunda herramienta es la ironía. Pues Paloma Pájaro es consciente de que finalmente los caminos y los puentes han de construirse, y que la exégesis, en la lectura del mundo, ha de basarse finalmente en una maquinaria pesada, en una sinergia constructiva de engranajes sólidos, sin los cuales lo propiamente representado dejaría ver su teatro barato de sombras.
Máquinas de luz
En la cadena de montaje que es su propio estudio-taller, los conceptos y los términos que se filtran a los paneles, pasan por varias fases. Su extracción y reelaboración tienen mucho que ver, en el orden familiar y estructural de la vida de la artista, con los procesos industriales de la pastelería. De esta similitud metafórica se han de extraer dos cosas como nexos fundamentales: una, desde la concepción de la idea hasta la venta del producto, el material pasa por diversas fases de mecánica y automatismos, de retroacción y regularizaciones: tamizado, mezclado, amasado, corte, moldeado, fermentación, horneado… Esta «industrialización» del proceso de creación es fundamental en la obra de Paloma Pájaro. Curiosamente, todos los procedimientos idénticos y sistemáticos en la panificación consiguen productos totalmente desiguales entre sí formalmente. Eso es debido a que en la sección de manufactura interviene un coeficiente artístico capaz de hacer fluctuar determinados factores decisivos. Es así también cómo la barra de pan escapa teóricamente a la espada de Damocles benjaminiana [3]. Y como, desde luego, la obra de la artista se desliga de la corriente Pop en tanto y cuanto su técnica no permite la reproducción sistemática del producto. Ella apunta al unnicum, rechazando lo serial y la reiteración pop.
Y dos, y aquí me permito cierta analogía lírica: así como el ingrediente principal de la producción industrial del pastel es el azúcar, así es la ironía en la obra de Paloma Pájaro. Pero ésta es una ironía impuesta para desembarazarse elegantemente de lo anteriormente dicho, de la necesidad de posicionarse, de adoptar una postura rebelde, o conformista, una ironía que se deshace de los complejos sociales, que finta y regatea las órdenes materialistas y desecha el compromiso. Una ironía locuaz y humorística como único reducto para burlar las imposiciones del sistema. Una perífrasis argumental para no pasar por la aduana y no ser registrado ni pagar impuestos.
Paloma Pájaro, a través de esa ironía, revindica su derecho a la ignorancia primigenia, al lienzo en blanco, a la eliminación de todas las fuerzas de rozamiento capitalistas y materialistas que tienden a homogeneizar los productos y a dotarles de la misma aceleración en su caída hacia el puchero social. No quiere oír de órdenes ni premisas. En su labor productiva y creativa no se expone a juicios. Se aísla, se enquista, y desde esa atalaya, esa cueva-torre-palacio-apartamento de verano, su único mensaje es la muralla del derecho personal a ser ella misma y dotar a su obra de un significado propio e intransferible.
Es así como la ironía viene a soltar en una blanca carcajada la palabra POP, cuando se trata justo del proceso inverso. Tal y como dice Hal Foster citando a Barthes:
«Lo que el arte pop quiere es desimbolizar al objeto, sacar a la imagen de cualquier significado profundo a la superficie simulacral. En este proceso el autor queda también liberado: El artista pop no se queda detrás de su obra, y él mismo carece de profundidad: es meramente la superficie de sus cuadros, sin ningún significado, ninguna intención, en ninguna parte» [4].
Como se puede deducir, los personajes de sus cuadros también se encuentran en esa existencia insular y autónoma. Su actividad revolucionaria, al igual que la de la autora, es la obtención de un nicho propio en el que poder llevar a cabo sus propios descubrimientos. No quiere inducir ni ser inducida.
Para ello, Paloma Pájaro no sólo adopta esa posición que, de modo inevitable hoy en día, puede llegar a ser incluso una «posición mediática», sino que es tanta su necesidad de aislarse de esa «horizontalidad plural» de esa «banalización colectiva», que su labor de campo le lleva a encontrar auténticas parcelas paradisíacas dentro de las propias fronteras del sistema. Casi con un fervor situacionista Paloma Pájaro halla reductos arquitectónicos donde refugiarse.
«La arquitectura es la forma más sencilla de articular el tiempo y el espacio, de modular la realidad, de hacer soñar. No sólo es una articulación y una modulación plásticas, que son la expresión de una belleza pasajera, sino también una modulación influencial, que se inscribe en la curva eterna de los deseos humanos y de los progresos en la materialización de dichos deseos [5]».
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[1] Della Volpe, Galvano Lo verosímil fílmico y otros ensayos. Madrid, Ciencia Nueva, 1967. p. 14. en el prólogo de Alberto Méndez Borra.
[2] “Quien defiende la conservación de la cultura radicalmente culpable y gastada, se convierte en cómplice; quien la rehúsa, fomenta inmediatamente la barbarie que la cultura reveló ser. Ni siquiera el silencio libera de este círculo”. Adorno, Theodor W. Dialéctica negativa. Madrid, Taurus, 1992.
[3] “Aquello que se marchita en la era de la reproducción mecánica; eso es el aura de la obra de arte”. Benjamin, Walter “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, en Discursos interrumpidos I Madrid, Taurus, 1973.
[4] Foster, Hal El retorno de lo real. La vanguardia a finales de siglo Madrid, Akal, 2001. p.130
[5] “Formulario para un nuevo urbanismo” de Gilles Ivain, en VV.AA. Urbanismo situacionista, Barcelona, Gustavo Gili, 2006. p. 12