Today is the day to be real 2016
El niño rojo
El Viaje
La primera transformación
La segunda transformación
La tercera transformación
Today is the day to be real
Pintura de pequeño y mediano formato.
Acrílico y lápices de color sobre tabla.
Presentado en:
2018 Las Cortes de Castilla y León, Valladolid.
2016 MARTE. Feria de Arte Contemporáneo. Castellón de la Plana. Galería La Gran.
2016 II DEAD AT HOME, Salamanca.
Today is the day to be real
Paloma Pájaro, Salamanca 2016.
Pintura acrílica y lápices de color sobre tabla
El famoso retrato que Goya hizo de Don Manuel Osorio Manrique de Zúñiga es transformado en este proyecto en una serie de pinturas de vanitas y exvotos de fuerte carga simbólica. De este modo, este niño vestido de rojo realiza un viaje de corte introspectivo y existencialista violentado por urracas y gatos mientras acarrea una ternera. Escribe Nieztsche:
«Sí, ¿qué es lo dionisíaco? (…) Una cuestión fundamental es la relación del griego con el dolor, su grado de sensibilidad (…), la cuestión de si realmente su cada vez más fuerte anhelo de belleza, de fiestas, de diversiones, de nuevos cultos, surgió de una carencia, de una privación, de la melancolía, del dolor».
Y así nos preguntamos, ¿melancolía de qué? ¿Carencia, privación de qué cosa? Nos aventuramos a proponer una hipótesis: la infancia —representado en este proyeto por el niño vestido de rojo—, se consagra como el hecho trágico existencial por antonomasia, el origen del dolor existencial, ya que, desde ese punto de vista, la edad infantil es la única en que el individuo puede operar desde una ética personal, natural y honesta, ejecutando sus propios valores, aún no manipulados ni disueltos por la presión cultural. El niño, en su tránsito hacia la edad adulta, experimenta esa primera suerte de tragedia vital al enfrentar su ética natural a una ética que le es ajena, diseñada por otros e impuesta a él de forma cruel y violenta a través de normativas culturales y leyes morales. En este sentido, dicha superación, ejecutada a través de la experiencia artística dionisíaca, tendría por objetivo primero el desembarazarse de la máscara social para recuperar, sino en toda su autenticidad, cuanto menos una porción de ese estado de conciencia natural, el de la infancia. Pero antes que el propio personaje del niño, son sus rasgos los que en esencia operan en el impulso dionisíaco: la inmadurez, el miedo, la pulsión, el exceso, el juego, los símbolos, la imaginación, el grito, el desfogue. Recordemos ahora las tres transformaciones del espíritu propuestas por Nietzsche. En su libro Así habló Zaratustra, el filósofo alemán emite su famoso discurso de Las tres transformaciones según el cual, el espíritu o gueist se transforma primero en camello, luego en león y por último en niño. En esencia, ese es el camino de purificación que realizará el niño vestido de rojo protagonista de este proyecto. En este punto encontramos una analogía con Platón, quien explica que en el Estado ideal pueden encontrarse tres clases de ciudadanos: los guardianes o filósofos rey, los guerreros y los artesanos que son la mayoría. Según Platón, la clase social viene determinada por la naturaleza del alma y no por el origen familiar por eso es de vital importancia educar el alma y eso mismo hace Nietzsche en los discursos de Zaratustra: tratar de desarrollar el espíritu de los que le acompañan en el camino y, sobre todo, el suyo propio. Así, el espíritu del camello es noble y vigoroso:
«El espíritu robusto pregunta: ¿Qué hay de más peso? Y se arrodilla como el camello y quiere una buena carga». El camello acepta el reto y se encamina hacia el desierto, hacia el peligro, desprotegido de cualquiera de las certezas que sosiegan el espíritu del rebaño que vive en la ciudad. Al igual que el camello se somete a la superioridad de un maestro y doblega su ignorancia, su ímpetu y su ego, así el niño rojo representado en las primeras piezas aún no ha dado el paso hacia la segunda transformación: el espíritu del león que, desde la soledad arcana del desierto, acometerá la desobediencia y la destrucción (superación) de sus maestros.
El león, en el desierto, tiene que enfrentarse al dragón: «La segunda metamorfosis se cumple en el más solitario de los desiertos: aquí el espíritu se transforma en león, pretende conquistar la libertad y ser amo de su propio desierto (…) quiere luchar contra el dragón para alcanzar la victoria». Nietzsche indica que el dragón se llama «Tú debes» y que es la representación de todas las tradiciones y verdades impuestas por la sociedad. Las cuerdas que aparecen con frecuencia en las pinturas de este proyecto, así como la vaca del primer módulo de la serie El viaje, representan la primera fase de este viaje de purificación.
Frente al «Tú debes» del dragón de la primera fase, el león contesta «Yo quiero». El león está llamado a liberarse de estas cadenas para estar en disposición de crear nuevos valores, pero el viaje encierra también una referencia inmediata a las fuerzas sombrías y primitivas ocultas en el interior de la tierra: una amenaza súbita y violenta, enigmática y secreta, visible e invisible, interior como exterior, representada en estas obras con las figuras de los gatos y las urracas.
«Mas decidme, hermanos míos, ¿qué puede hacer el niño que no pueda hacer el león?». El niño, dice Zaratustra, «es inocencia y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí». Asimismo, cuando Zaratustra siente vergüenza de comunicar a la humanidad su profunda intuición de este eterno retorno, es increpado por «la más silenciosa de las horas», quien se ríe de su vergüenza y le dice: «Te hace falta volverte niño y abandonar la vergüenza. El orgullo de la juventud te posee todavía; has llegado a hacerte joven a la tarde; pero quien quiera llegar a hacerse niño debe igualmente superar su juventud».
El viaje del niño vestido de rojo, por tanto, no tiene un cierre conclusivo: su movimiento es circular y eterno.